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El apiñamiento dental es consecuencia de una discrepancia entre el tamaño de los dientes y de los huesos. Proceder a la extracción de piezas sanas frente a un apiñamiento es el último recurso en el tratamiento (la última opción). Existen posibilidades reales de evitarlas en la práctica mayoría de casos.

Respecto al tamaño de los dientes, nos podemos encontrar con situaciones en las que dicho tamaño sea exageradamente grande. Incluso más de lo que habitualmente hemos visto en el ambiente familiar. Este exceso de tamaño favorece obviamente el déficit de espacio en las arcadas.

Pero son muchos los casos en los que el tamaño lo podemos etiquetar de “normal” y el paciente presenta un apiñamiento mas o menos intenso. Estas son las situaciones más frecuentes en la práctica y habitualmente están asociadas a un déficit del desarrollo del hueso.

Así como en el tamaño dental existe en mayor no menor grado una influencia hereditaria, no la existe a nivel del desarrollo del tamaño y forma de nuestros maxilares. Estos huesos, superior e inferior, están sujetos a un constante requerimiento funcional que determina, tanto el crecimiento como el propio desarrollo.

Pondremos un ejemplo, como es el típico “paladar estrecho” con el que se encuentran etiquetados muchos niños desde momentos iniciales de su infancia. Esta situación concreta, no la debemos considerar estrictamente hereditaria, sino que más bien fruto de una disfunción ligada a la respiración bucal con mucha frecuencia, y a la masticación, excesivamente blanda igualmente frecuente.

La primera como hábito y la segunda como costumbre, se acompañan de un corolario de consecuencias funcional a nivel de la esfera buco-facial. De entre ellas mencionaríamos que la respiración bucal se acompaña en principio con una incorrecta posición y función de la lengua que deja de estar en contacto íntimo con el paladar, al cual debe estimular para favorecer su desarrollo. Se acompaña también de una falta de cierre bucal con el consecuente relajamiento muscular. El predominio de una dieta blanda favorece también una falta de trabajo muscular que es el que en definitiva actúa como guía y estímulo para dicho desarrollo.

Cierto es que cada persona ha heredado un “patrón de crecimiento”, pero este puede verse seriamente afectado por disfunciones como las indicadas, limitando y desviando tanto el crecimiento como el desarrollo, originando maxilares, digamos, de «pequeño tamaño” en los que no caben los dientes.

Cuanto más joven es el paciente, más pronto podremos interceptar este desarrollo limitado y podremos evitar las extracciones, pudiéndolas dejar como ultimo cartucho para aquellos casos que realmente sean extremos..

Es evidente que el crecimiento después de los 13 años  en las chicas y de los 15 en los chicos no tiene las expectativas de lo las pueda tener entre los 6 y los 12. En este margen de edad las posibilidades son enormes.

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